jueves, 27 de febrero de 2014

Las células madre, o de cómo un ratón pudo salvar al mundo

Todo empezó a finales de los 40, cuando las mujeres llevaban ondas al agua en el pelo y los hombres, gomina en mano, trataban de imitar el porte chulesco de Humphrey Bogart. 
Humphrey Bogart, muy chulo, fumando un cigarrillo.(fuente)

Entonces, una mañana cualquiera en Chicago, ocurrió que un científico llamado Leon Jacobson llevó a cabo una hazaña que revolucionaría el mundo: consiguió salvar de la muerte a un ratón con un grave trastorno sanguíneo (el grave trastorno consistió en someter al ratón a dosis letales de rayos x) injertándole una pequeña porción del bazo de otro ratón.

Cundió el entusiasmo universal (universal quizás sea demasiado decir, dejémoslo en "cundió el entusiasmo entre algunas personas"), y cientos de incautos se lanzaron a una maratón desenfrenada de trabajos e investigaciones. Pocos años, mucho esfuerzo, y probablemente muchos estudiantes de doctorado explotados después, se descubrió la razón por la que el ratón de Jacobson se había salvado: el bazo injertado se encontraba a rebosar de unas células, misteriosas, que al detectar problemas se multiplicaron sin cesar para devolver al pobre ratón radiado la sangre que le faltaba. Ellos aún no lo sabían, pero habían establecido contacto con una complicadísima pero prometedora aliada: la célula madre.
(fuente)

Células madre, como madres, hay muchas, y algunas más poderosas que otras, aunque en general se define así aquella que aún posee en mayor o menor medida la capacidad de diferenciarse hacia distintos tipos celulares, y que además puede multiplicarse para generar más células idénticas. Pensemos, por ejemplo, en un óvulo fecundado. ¿Qué es? ¿Es sólo una célula? Si, una célula microscópicamente pequeña, pero tan poderosa que multiplicándose, ella sola es capaz dar lugar a todas las células que componen nuestro organismo, todas. Desde las que sienten las caricias, las que acumulan la grasa, las que calculan ecuaciones dentro de nuestra cabeza y hasta las que están perdidas en la inmensidad del intestino.

Qué tentador, imaginar que tuviéramos en nuestras manos el poder de controlar una herramienta así. ¿Qué no podríamos curar? Daría igual cual fuera la enfermedad que nos afligiera, sólo necesitaríamos reponer las células defectuosas por otras nuevas creadas en el laboratorio, y listo.

Claro, que no es tan fácil...

A lo largo de los lustros miles de mentes inquietas trataron de conocer y domesticar estas células. Fascinados por el cigoto y su poder de creación lo investigaron a conciencia hasta que un día fueron capaces de imitarlo, y para asombro del mundo, el primer clon vio la luz: una rana, aunque sin nombre carismático, que ya en 1952 estableció las bases de la clonación de embriones. Luego vino un cordero, unos terneritos, y más tarde, en 1996, nació la famosísima oveja Dolly, primer mamífero de gran tamaño clonado a partir de una célula no de un embrión, ¡sino de otra oveja adulta! Asombroso. Si lo mismo pudiera llegar a realizarse en humanos, podrían obtenerse células madre para la cura de enfermedades a partir de un clon del propio paciente, y la panacea universal estaría servida. 


La oveja Dolly contempla a la humanidad desde una vitrina de Edimburgo(fuente)


Pero un momento ¿A dónde estábamos llegando? La idea de la clonación terapéutica abrió la puerta a un mundo de posibilidades. Para algunos apareció al final del túnel la posibilidad de ser capaces algún día de curar todas las enfermedades existentes, pero también proyectó en el imaginario colectivo imágenes propias de película de ciencia ficción: ¿Crearíamos clones esclavos que un día se rebelarían contra nosotros? ¿Clonaríamos a nuestros seres queridos fallecidos de tal manera que no existiría la muerte y el planeta sería un lugar cada vez más superpoblado?

Sin embargo, además de estas posibilidades inquietantes había otro problema. El uso de la clonación estaba inevitablemente ligado al uso de embriones: seres humanos que nunca llegarían a existir.(*Hagamos un pequeño kitkat: aunque es cierto que la clonación de la oveja Dolly se realizó a partir de una célula adulta, fue necesario el uso de un embrión, puesto que se realizó por transferencia nuclear, una técnica que consiste en la inserción del material genético de una célula, en este caso adulta, en una célula de embrión enucleada). Y esto, claro, levantó y sigue levantando muchas ampollas, y ha provocado un contundente rechazo por parte de algunos sectores de la sociedad. ¿Qué hacer, pues? ¿Cómo continuar esta relación tortuosa con la célula más potente del organismo?

En 2005 terminó ocurriendo lo inevitable: un laboratorio británico obtuvo el primer clon humano a partir de células embrionarias, y mientras algunos aplaudieron emocionados otros se echaron las manos a la cabeza, con lo que dio comienzo una batalla de discursos, manifestaciones y leyes por establecer el límite entre lo heroico y lo inmoral.


"Como antiguo embrión que soy, rechazo la investigación con células madre embrionarias"(fuente)


Pero algo se estaba cociendo en el país del sol naciente mientras el resto del mundo discutía. Sólo un año después, en 2006, el japonés Shinya Yamanaka consiguió con sus pipetas, algunos virus y otras artimañas, convencer a una célula adulta de ratón para que volviera a sus orígenes y se convirtiera en lo que un día fue: una célula madre.

Muchas cosas han pasado desde entonces, muchos datos, experimentos y muchos sueños que aún duermen en el limbo de los ensayos clínicos, pero siempre queda el consuelo de saber que estamos un poquito más cerca que ayer de obtener grandes logros. Sé que es injusto resumirlo así. Pasar por alto sin mencionar el trabajo titánico que tantas personas realizaron a lo largo de los años se antoja una traición a sus esfuerzos, sabe  un poco como el anonimato de los soldados muertos en combate, pero hablar de cada de uno de los científicos que aportaron siquiera un pequeño dato para avanzar en el conocimiento de las células madre merecería una enciclopedia.

En definitiva, desde que, hace más de 50 años, Jacobson salvara a su ratón, laboratorios de todo el planeta Tierra trabajan a destajo para desentrañar los misterios que entrañan estas carismáticas células, porque ellas pueden tener la clave para la curación de muchas o muchísimas enfermedades que nos traen de cabeza. Parkinson, degeneración macular, diabetes, cáncer, esclerosis múltiple, Alzheimer, y en general cualquier trastorno tiene cabida en este juego. Si tanto tienen que ofrecer, ¿cómo no sentirse atraídos por ellas? ¿cómo no invertir todos los dólares, euros, y todas las gotas de sudor que hagan falta? 

Células dopaminérgicas, precisamente las carentes en enfermos de Parkinson, derivadas de un embrión humano (fuente)

Puede que el camino hasta llegar a conocer y manejar con facilidad relativa las células madre sea largo y tortuoso. Puede que después de todo no sean la panacea universal que habíamos esperado. Y puede ser, también, que estemos jugando a ser Dios. Pero ¿cómo convivir con la conciencia que nos dejaría saber que intuimos cómo curar, cómo despistar a la muerte, y no lo hicimos?

4 comentarios:

  1. Es esperanzador y no solo para nosotros, los humanos. Lo último que he leído sobre el tema hablaba de una investigación de la Universidad de Cambridge que permitiría crear mini-hígados de laboratorio para probar la eficacia de fármacos, con lo que algún que otro animalillo se libraría de la experimentación.
    Ellos también tienen derecho :)

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    1. Si, muy interesante! Es impresionante que puedan controlar tanto las células, que sepan por ejemplo cuándo dejar de multiplicarse o cómo organizarse para tener "forma" de hígado! Espero que pronto sea una realidad cotidiana y se reduzca al máximo la experimentación animal!

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  2. ¿La zozobra es contagiosa? Me gusta este blog porque me hace hacerme preguntas, pero me inquieta porque me doy cuenta de mi insignificancia. Yo también asumo la frase del primer post: “Lo que yo sé no es ni la millonésima parte de todas las cosas que se saben en el mundo. Y eso por no hablar de las cosas que aún nadie sabe...¡Ay, Dios!”.....

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    1. Si, jajaja, es contagiosa! Como los bostezos...Ahora que lo pienso...¿Por qué se contagian los bostezos?

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